COMENTARIO.- La falta de un plan maestro convierte la gestión municipal en una lucha constante por apagar fuegos, sin rumbo ni dirección clara. Esta realidad se hace patente en la proliferación de alcaldes que, sin una visión estratégica, asumen la carga como si se trata de una tarea improvisada, sin la planificación y el análisis necesarios.
Las promesas vacías y las soluciones mágicas son el anzuelo con el que algunos candidatos seducen al electorado. Sin embargo, la cruda realidad se manifiesta en municipios plagados de demandas incumplidas, conflictos laborales y una profunda desconfianza entre las autoridades y la ciudadanía.
¿Es posible encontrar un líder local capaz de traducir las necesidades de la comunidad en acciones concretas? La respuesta parece ser un rotundo no. La desidia y la falta de compromiso son el denominador común en muchos municipios, donde los problemas de seguridad, delincuencia e informalidad se multiplican sin que se tomen medidas efectivas para combatirlos.
La seguridad ciudadana no se materializa solo con cámaras de seguridad ni con estadísticas. Se construye a partir del estricto cumplimiento de las ordenanzas municipales, creando un entorno urbano donde el orden y la formalidad sean la norma, no la excepción.
¿Quién concede los permisos para el comercio ambulante, los eventos ruidosos, los pseudos beneficios con venta de alcohol a destajo y las actividades que perturban la tranquilidad pública? La respuesta es simple: las mismas autoridades que luego se lamentan de la inseguridad y el desorden.
Es hora de exigir a nuestros líderes locales un compromiso real con la planificación y la ejecución de políticas públicas eficientes. Basta de improvisaciones y soluciones cosméticas. Necesitamos líderes capaces de convertir las plazas en un reflejo del civismo y la armonía urbana, donde lo establecido se distinga claramente de lo informal.
Solo así podremos construir ciudades seguras, prósperas y con un futuro promisorio para todos.
Mario San Martín Aliaga