Ocupó el tercer puesto entre los gestores culturales más admirados según la encuesta La Segunda/Feedback.
Ana Tijoux es, según sus palabras,
miembro de un selecto grupo en Chile. Uno de esos artesanos de las artes
que pueden salir de giras, mostrar su música en otros países y ser
reconocidos en la industria mundial. Pero su situación de privilegio no
le impide mirar alrededor. Con visión crítica es capaz de observar el
panorama cultural del país y ubicar a sus pares músicos en una escena
cultural que nunca pareciera ser lo suficientemente fértil para la
inquieta personalidad de los creadores.
—Así que eres uno de los tres gestores culturales más admirados de Chile.
—Qué bacán. A veces una se encierra en componer y escribir. No dimensionas todas las vertientes que se abren con una canción o con un disco.
—¿Qué es la admiración para Anita Tijoux?
—Cuando yo admiro a alguien lo hago desde la diferencia, cosa que es muy distinto a idolatrar. Para mí, la admiración también es cuando uno no pretende ser el otro. Tiene que ver con una instancia que te facilita seguir la obra de alguien en distintos espacios, viajar en su obra, encontrar su profundidad. Creo que eso es la admiración de verdad.
—¿Va mucho más allá del aplauso?
—El aplauso es loco, es como un ruido. Una forma de manifestación corporal, una reacción. Como que el artista vive entre el aplauso y el descariño. Un antagonismo permanente.
Un privilegio
—¿Qué es lo más contradictorio en el mundo de la gestión cultural?
—Que en este país los que vivimos de la música gozamos de un privilegio y no debería serlo. Las artes no son consideradas un trabajo. Es menor el número de artistas que tenemos la posibilidad de viajar y mostrar nuestro trabajo fuera de Chile. Eso es preocupante porque acá hay mucho talento. Hay artistas obligados, no sólo a cantar y componer, sino también a entender cómo funciona la industria, moverte en ella y surfear en eso.
—Una vida de sacrificio.
—No conozco ningún artista en este país al que le llegue todo del cielo. El arte es considerado como si uno anduviera jugando o pasándolo bien todo el rato. Es una fuente de trabajo y no es considerada como tal todavía. Sigo escuchando por ahí cuando te dicen "bueno y a qué te dedicas". «A la música». "Ya, pero a qué más", te dicen.
—Pero hace rato que hay un Chile distinto en lo cultural.
—Me gusta mucho ver una nueva generación que es muy inquieta, que es más cuestionadora y se rebela ante muchas cosas que antes no. Me parece sano y oxigenante también, pero no me da orgullo para nada sentir que todavía no es considerado un trabajo. Me da rabia e impotencia ver que somos pocos los que vivimos de la música. Me encantaría que fuera considerado un trabajo. Me parece muy fome que haya gente que dependa de un Fondart para sustentarse durante el año o que mucha gente haga trabajos paralelos para sostenerse en su obra. Hay una cuenta pendiente muy grande con el artista en Chile.
—Pero se han ganado espacios, Anita.
—Se han ganado, pero siguen siendo muy pocos para tanta gente. O sea te pregunto a ti, ¿cuántos artistas en Chile pueden salir de gira fuera del país?
—Unos 10 o 15. No más.
—Con suerte. Debieran ser muchos más. Es una pena que muchos artistas deban ser premiados primero en el extranjero para que después reciban apoyo acá. Muchos mueren en el olvido, tienen que irse y no estoy hablando sólo de músicos, sino de todos los obreros del arte.
—¿Y qué hacen ustedes los artistas para que eso mejore y no sea sólo un discurso?
— Habría que cambiar todo el modelo, porque no es apto para las artes. Este es un modelo de ingenieros y empresarios. Hay que cambiar una forma de pensar y articular otro modus operandi. Creo que ahí también hay un tema, en torno a cómo estamos construidos en términos educativos y determinar qué es la felicidad en este país. ¿Trabajar para vivir? ¿Vivir para trabajar? ¿Dedicarse a algo para generar lucas y sustentar el hogar? Hay muchas personas que terminan tocando con su banda de amigos músicos del colegio y mucha gente que es infeliz en sus oficios.
—Qué bacán. A veces una se encierra en componer y escribir. No dimensionas todas las vertientes que se abren con una canción o con un disco.
—¿Qué es la admiración para Anita Tijoux?
—Cuando yo admiro a alguien lo hago desde la diferencia, cosa que es muy distinto a idolatrar. Para mí, la admiración también es cuando uno no pretende ser el otro. Tiene que ver con una instancia que te facilita seguir la obra de alguien en distintos espacios, viajar en su obra, encontrar su profundidad. Creo que eso es la admiración de verdad.
—¿Va mucho más allá del aplauso?
—El aplauso es loco, es como un ruido. Una forma de manifestación corporal, una reacción. Como que el artista vive entre el aplauso y el descariño. Un antagonismo permanente.
Un privilegio
—¿Qué es lo más contradictorio en el mundo de la gestión cultural?
—Que en este país los que vivimos de la música gozamos de un privilegio y no debería serlo. Las artes no son consideradas un trabajo. Es menor el número de artistas que tenemos la posibilidad de viajar y mostrar nuestro trabajo fuera de Chile. Eso es preocupante porque acá hay mucho talento. Hay artistas obligados, no sólo a cantar y componer, sino también a entender cómo funciona la industria, moverte en ella y surfear en eso.
—Una vida de sacrificio.
—No conozco ningún artista en este país al que le llegue todo del cielo. El arte es considerado como si uno anduviera jugando o pasándolo bien todo el rato. Es una fuente de trabajo y no es considerada como tal todavía. Sigo escuchando por ahí cuando te dicen "bueno y a qué te dedicas". «A la música». "Ya, pero a qué más", te dicen.
—Pero hace rato que hay un Chile distinto en lo cultural.
—Me gusta mucho ver una nueva generación que es muy inquieta, que es más cuestionadora y se rebela ante muchas cosas que antes no. Me parece sano y oxigenante también, pero no me da orgullo para nada sentir que todavía no es considerado un trabajo. Me da rabia e impotencia ver que somos pocos los que vivimos de la música. Me encantaría que fuera considerado un trabajo. Me parece muy fome que haya gente que dependa de un Fondart para sustentarse durante el año o que mucha gente haga trabajos paralelos para sostenerse en su obra. Hay una cuenta pendiente muy grande con el artista en Chile.
—Pero se han ganado espacios, Anita.
—Se han ganado, pero siguen siendo muy pocos para tanta gente. O sea te pregunto a ti, ¿cuántos artistas en Chile pueden salir de gira fuera del país?
—Unos 10 o 15. No más.
—Con suerte. Debieran ser muchos más. Es una pena que muchos artistas deban ser premiados primero en el extranjero para que después reciban apoyo acá. Muchos mueren en el olvido, tienen que irse y no estoy hablando sólo de músicos, sino de todos los obreros del arte.
—¿Y qué hacen ustedes los artistas para que eso mejore y no sea sólo un discurso?
— Habría que cambiar todo el modelo, porque no es apto para las artes. Este es un modelo de ingenieros y empresarios. Hay que cambiar una forma de pensar y articular otro modus operandi. Creo que ahí también hay un tema, en torno a cómo estamos construidos en términos educativos y determinar qué es la felicidad en este país. ¿Trabajar para vivir? ¿Vivir para trabajar? ¿Dedicarse a algo para generar lucas y sustentar el hogar? Hay muchas personas que terminan tocando con su banda de amigos músicos del colegio y mucha gente que es infeliz en sus oficios.
Por Rodrigo Garrido T.