Fernando Monsalve fabrica djembés
gracias a su vocación y al entorno natural de Ñuble
En estos tiempos modernos y
llenos de tecnología, no es difícil adquirir un instrumento musical. Son
infinitas las marcas y modelos en el mercado que facilitan la tarea de quienes
sueñan con transmitir mensajes a través de los sonidos. Aquello tiene un
aspecto positivo, que es la oportunidad que entrega a muchos jóvenes que desean
conectarse con este mundo.
Sin embargo, algo muy distinto es
poder adquirir un instrumento de forma personalizada, y además creado con
elementos que regala la misma naturaleza. Son detalles y elementos que nacen de
la zona para convertirse en notas musicales. Y además, cada instrumento es
igual y a la vez, distinto al otro.
Fernando Monsalve es uno de los
jóvenes que ofrece esta oportunidad,
desde la emblemática comuna de San Carlos. Con una destreza
privilegiada, el joven se ha especializado en la construcción del instrumento conocido
como djembé. “Mi primer acercamiento con un djembé fue en una situación
familiar con primos, donde uno de ellos
tenía uno hecho de pita (ágave). Comenzó a tocarlo y a hacer música logrando la
atención de todos los que estábamos alrededor, haciendo de ese momento una
inolvidable escena, puesto que el ritmo, el sonido tamboril y selvático nos
llevó a algunos a seguir el ritmo con las palmas y a otros con cánticos
improvisados”, cuenta.
Una experiencia que aún recuerda
junto a este instrumento nacido en África y que expande un sonido de forma
definida con tres golpes principales. Su sonido siempre estuvo ligado a las
tradicionales fiestas y rituales de esa cultura.
Por las vueltas de la vida y
también por las destrezas de Fernando, fue acercándose a esta creación. “Me
encontré con un grupo de artesanos, los cuales hacían djembés. Me acerqué a
compartir algunas ideas y fue gracias a ellos que me explicaron el proceso para
la elaboración de este instrumento. Posterior a este gran momento hicimos muy
buena amistad y logramos organizarnos para construir varios ejemplares, cada
uno con un sello característico y distintivo, tanto en lo decorativo como en el
sonido”, relata.
Un aprendizaje que no sólo
involucra su capacidad física. “Este traspaso de conocimientos llegó en un muy
buen momento de mi vida, ya que para poder realizar este proceso se necesita
paciencia, perseverancia y por sobre todo amor y respeto por la naturaleza”,
afirma.
Así es como cada ejemplar
conlleva un proceso extenso, pero lleno de satisfacciones. “Para poder construir uno de estos djembés se
necesita encontrar un ágave seco el que aproximadamente se demora unos 20 años
en estar en esta condición. Cabe mencionar que al cortar un agave en verde se está
contribuyendo a un daño irreparable”, relata. Y agrega que “este tronco se
ahueca con formón, dándole la forma interna que se desea para conseguir el
sonido. En su parte externa se limpia y luego se pule a mano hasta lograr una
superficie libre de asperezas y lo más suave posible”.
Ya entrando al sonido, explica
que “como parche o paño en donde se realizara la percusión se utiliza la zona
media del cuero de chivo, puesto que según los originales fabricantes de
djembés, que son tribus africanas, aquí se produce una armonía en el tercio
medio y que se refleja y comprueba de forma empírica con la calidad del sonido
y la firmeza que otorga. Para poder fijar este cuero se colocan argollas de
acero en la parte baja del ágave”.
Un trabajo sutil que además se
nutre con el espíritu de este joven constructor de melodías. “El djambé toma vida y ya está en condiciones de ser
usado para hacer música y para alegrar el alma de quien lo toca o de quien lo
escucha”, precisa quien puede ser contactado en monsalve.fernando.a@gmail.com.