“Sin la racionalidad, la delgada capa de civilización se rasga y asoma lo peor”


OPINION.- (elmercurio.com).- El rector de la Universidad Diego Portales y columnista  habla de sus últimas polémicas por el Presidente en Plaza Italia y el coronavirus,
y analiza al Chile pospandemia. Dice que “Piñera tiene una gran oportunidad y es probable que salga bien evaluado de la Presidencia”, y que la pobreza hará que la fantasía de los grandes esfuerzos distributivos se disipe”.

 “Las universidades van a pasar apreturas, crisis, y la demanda de financiamiento ilimitado no va a poder ser satisfecha”.
“¿La personalidad presidencial no importa a la hora de hacer la evaluación pública de un Presidente? Por supuesto que sí”.
“Una vez que la peste pase, vamos a experimentar una profunda y extendida crisis económica”.
No sabe cuántos son ni cuántos le quedan. Carlos Peña (60) ya no recuerda, porque fue hace mucho que llegó a la rectoría de la Universidad Diego Portales, el 2007, más de tres años después de iniciarse en estas mismas páginas dominicales. Desde entonces, rector y columnista han cohabitado casi sin sobresaltos, aunque uno haya sido la carta que académicos, y después alumnos, le dirigieron molestos por sus dichos sobre la explosión del 18 de octubre pasado.

 “Algunos profesores manifestaron opiniones críticas de mis expresiones y las respondí como corresponde. En eso consiste la universidad, en ser capaces de intercambiar puntos de vista con total libertad sin que sea motivo de reproche o sanción”, responde a través de la pantalla, siempre inalterable, desde su casa todavía sujeta a cuarentena durante esta conversación.

Su pluma influyente y provocadora ha corrido más contracorriente en los últimos meses. “Mi interés no es herir o irritar deliberadamente”, responde Peña, cuando le preguntamos por las chispas que sacaron sus columnas más recientes; una sobre el Presidente Piñera en Plaza Italia y otra, la renuncia al respirador artificial que el Premio Nacional Abraham Santibáñez hizo pública, en caso de coronavirus. “Si algo de lo que digo irrita, molesta, engrifa, a parte de las audiencias, es porque lo que pienso las irrita, no es que lo haga deliberadamente. Solo procuro decir exactamente lo que pienso”, agrega, mientras alcanzamos a ver repisas con libros, llenas de los variopintos autores que visitan frecuentemente sus escritos.




—¿Lo ha hecho reflexionar o le ha importado alguna crítica en estos años?
—La exdiputada Fanny Pollarolo lo llamó “liviano”, “odioso”, ¿y no fue acaso odioso llamar “confesionario laico donde golpearse el pecho” a las cartas al director, donde usted también es asiduo penitente…?
—No discuto el derecho de que los lectores expresen sentimientos personales, su temor de la muerte, sus revelaciones metafísicas o que hagan actos de contrición en público, solo me parecen impúdicos y a veces una forma de demagogia moral. Una de las cosas de la Biblia más estimables es esa de que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha. La impudicia es explicable solo tratándose de las pretensiones poéticas, incluso si son niñerías, como la de uno de los lectores que habló de “telarañas en el alma”, pero no respecto de acontecimientos tan íntimos como la experiencia de la enfermedad o la muerte.

—¿No define cada quien el ámbito privado en su propia vida?
—No quiero coartar la libertad de nadie. Si alguien quiere escribir retazos de su diario de vida en las cartas al director de un diario, puede hacerlo, pero permítanme decir que me parece ridículo.

—¿Ha sentido temor por la vida de algún cercano en estos días?
—Por supuesto, pero no creo que deba confesarlo a nadie más que a mí.

—Y usted, ¿lo ha sentido?
—No tengo ese tipo de temores. ¿Acaso no es propio de cualquier persona adulta y medianamente inteligente saber que es consustancial a nuestra existencia, o alguien piensa, como un adolescente, que la vida no tiene límite? Entre otras cosas, es lo que confiere sentido a lo que hacemos; de lo contrario seríamos adolescentes perpetuos.

—¿No extrema la racionalidad frente a una pandemia que desafía al instinto más esencial de la sobrevivencia?
—A menudo, y las cartas al director son una muestra, se cree que lo mejor de lo humano son las emociones, el sentimiento. Nada de eso. Lo mejor de lo humano, a lo que debemos las cosas más estimables en la esfera pública, es la racionalidad: a ella debemos muchos excesos, es cierto; pero también debemos las libertades, los derechos humanos, los límites del poder estatal, el respeto recíproco.

—¿Qué espacio les deja a las emociones en esta lucha contra “la peste”, que se ha vuelto titánica para algunos?
—La peste tiene varias dimensiones. En lo personal, entiendo que la experiencia de la enfermedad, o el temor a padecerla, transforman la vida, equivalen a una muerte biográfica en la medida que la perspectiva cambia, el plan de vida se altera. En lo cultural: la búsqueda del chivo expiatorio, la identificación de un grupo al que culpar -los chinos, los inmigrantes, entre otros-, es fruto de un atavismo, un residuo religioso consistente en creer que el mal colectivo es el fruto de haberse apartado del camino correcto por egoísmo, individualismo, consumo excesivo. Hay también un cierto utopismo: de aquí en adelante la mala conducta se corregirá. Esa dimensión es particularmente irracional y, a juzgar por las cartas al director, ha tendido a cundir. La idea de que por fin hemos descubierto la solidaridad, la sencillez, la fragilidad. Creer que la experiencia de la peste cambiará a la humanidad o la forma de comportarnos es simplemente una tontería.
“Piñera tiene una gran oportunidad”


—¿Qué le irritó tanto de la visita del Presidente a Plaza Italia?
—No me irrita, considero un hombre muy inteligente a Sebastián Piñera, de una inteligencia excepcional, pero me parece carente de empatía. Tiene un narcisismo que lo doblega y que, en ocasiones, pone en riesgo su inteligencia, es todo lo que he dicho.

—Fue otra cosa lo que molestó a algunos. ¿por qué esa foto valió un perfil psicológico de Piñera?
—Psicoanalítico, que es distinto. Yo no soy psicólogo, y la psicología nada tiene que ver con el psicoanálisis o la psiquiatría, que es otro error que cometieron algunos escritores de cartas al director. Me llamó la atención que en un momento de cuarentena, de reclusión, un Presidente visite un lugar como la Plaza Baquedano, Italia o Dignidad, para tomarse fotos. Todos sabemos que no es verdad que haya detenido su comitiva para saludar generosamente a los carabineros y militares que allí estaban. La pregunta que me hice es qué ocurre en la subjetividad de un ser humano para decidirse a posar pierna arriba y en mangas de camisa, sonriente, ante una cámara.

 ¿La personalidad presidencial no importa a la hora de hacer la evaluación pública de un Presidente? Por supuesto que sí, y es deber de la prensa hacer ese escrutinio; no entiendo a algunos periodistas que se han quejado como si no estuvieran conscientes de los deberes de su oficio. En la política contemporánea la personalidad es un activo de los políticos para ganarse la confianza ciudadana.

—¿Se lo ha dicho a él cuando lo invita a La Moneda?
—Solo fui una vez a propósito del 18 de octubre, lo consideré un deber si el Presidente me estaba invitando a conversar. Fui a decirle lo que pensaba.

—¿Y le hizo caso?
—Por supuesto que no.
—Como admirador y defensor de la institución presidencial, ¿no la debilitan esas críticas?
—Le recuerdo que también escribí una columna defendiéndola, cuando Alejandro Guillier pidió la renuncia del Presidente. En las manos del Presidente se reúnen el monopolio de la fuerza y la coacción sobre los ciudadanos; si no podemos mirar críticamente a quien tiene esa importante labor, escrutar sus actos, pierde la democracia. Me parece sorprendente recordar estas cosas.

—Esas características del Presidente, ¿lo hacen la persona indicada para el Chile que viene, post peste y estallido?
—La imagen que el Presidente Piñera ha esculpido tiene tres dimensiones que me parecen notables en un político; es de los políticos más resilientes de la historia política chilena, es extremadamente inteligente, y un tercer rasgo que compite y a veces lo ensombrece: un extremado narcisismo. Él tiene una gran oportunidad en el tiempo que resta de lograr moderar la crisis, sus efectos en los grupos medios, y es probable que salga bien evaluado de la Presidencia.

El baño de realidad
—¿Cómo va a ser ese Chile pospandemia?
—Una vez que la peste pase o se aminore, vamos a experimentar una profunda y extendida crisis económica, que temo va a golpear a los sectores más pobres, como siempre. Concretamente, va a afectar a esos grupos medios que gracias al proceso modernizador tenían ciertos grados de autonomía, habían accedido a la vivienda propia, al consumo, al automóvil, a los malls; sé que a mucha gente le parece alienante, pero para la gente que estuvo excluida es una experiencia muy liberadora. Eso sí puede ser un acontecimiento traumático en la sociedad chilena, complicado políticamente, sobre todo para las grandes mayorías, que va a obligar al Gobierno y a la clase política a tener especial racionalidad, evitar los sueños utópicos y vérselas con la realidad, no con los sueños ultramontanos.

—En ese Chile empobrecido, ¿se volverán a desatar con más ganas las fuerzas que llevaron al estallido del 18-O?
—Lo que ocurrió el 18 de octubre es fruto de múltiples factores; desde cuestiones generacionales, frustraciones del bienestar, una cierta obsolescencia del Estado, luchas culturales, es bastante más complejo que el simplismo de la desigualdad que algunos han querido ver. La literatura lo ha descrito largamente, el problema es que en Chile nadie lee. Alain Touraine, uno de los héroes de la izquierda en Chile; Alberto Melucci, Habermas, el gran líder de la teoría crítica; todos advirtieron de esto en los años 80. Que iba a haber en la modernización capitalista una cierta contradicción muy aguda que produce este malestar, y, por supuesto, hay desigualdad en Chile. Los datos indican que somos menos desiguales relativamente hablando; lo que ocurre es que la experiencia de la desigualdad se ha hecho más aguda con el aumento del bienestar. Cuando las sociedades se enriquecen los niveles de frustración crecen, la gente se vuelve más intolerante, más sensible, hay expectativas distintas. La suma de todo eso es lo que ocurrió en Chile.

—¿Chile no cambió ni despertó?
—Arnold Geller es un gran antropólogo del siglo XX, y decía que los seres humanos somos un manojo de impulsos desordenados, y la gran tarea de las instituciones es domesticar y orientar esas pulsiones. Cuando ellas se debilitan, pierden legitimidad, ocurren este tipo de desórdenes que llamamos “anomia”. En Chile ha ocurrido eso, desgraciadamente malentendieron la frase “estallido pulsional”, porque olvidé que nadie lee a Geller. Chile no cambio ni despertó, lo que hay es un fenómeno anómico muy profundo y que temo puede ser el gran desafío de nuestro futuro.

—Y el coronavirus, ¿cambió algo de todo eso?
—¿Sabe qué ha cambiado?, que todo eso se hizo sobre una fantasía de bienestar que va desapareciendo. Tanto los grupos políticos como los movimientos sociales parecieron creer que Chile estaba en un momento de bienestar que admitía grandes esfuerzos distributivos, y la pobreza va a hacer que esa fantasía se disipe. Es el gran problema que va a ocurrir.
—Entonces el despertar de la “peste” va a ser mucho peor, porque las expectativas ya están.
—Los líderes políticos, los partidos, en vez de ajizar el malestar, van a tener que recuperar la tarea amarga de contener las expectativas, de mostrar la realidad, de contener las emociones en un camino de racionalidad.

—¿Volverá la calma a las universidades que han estado en armas la última década?
—He visto signos alentadores. El reclamo de los alumnos por las clases presenciales, que parecían no gustarles en los dos últimos años, porque pasaban en paro. Me parece muy valioso que recuerden el valor de la interacción en la sala de clases. Las universidades van a pasar apreturas, crisis, y la demanda de financiamiento ilimitado no va a poder ser satisfecha. Muchos rectores están solicitando ayudas económicas, y la necesitan, pero todos vamos a experimentar que en momentos de escasez los recursos hay que destinarlos a lo más urgente.
—Y en la política, ¿qué señales de racionalidad está viendo?
—Por lo pronto, una cierta mudez de algunos parlamentarios, que es un buen síntoma, espero que sea signo de cierta reflexión. Tenemos una clase política relativamente responsable y no tengo dudas de que van a intentar, después de este baño terrible de realidad que es la peste, recuperar una cierta racionalidad a la hora de considerar. Realmente, creo que va a venir una especie de meseta de modestia material y de ideales.

—¿Eso será más favorable para la oposición o para el oficialismo?
—Pienso que, en el futuro inmediato, la DC va a cumplir un papel mediador de intereses aliándose a veces con la izquierda y otras, con la derecha, tal como ocurrió durante lo que la literatura llama el “estado de compromiso” (1932-1970) con el Partido Radical. En ese panorama, la izquierda, el PS, el PPD, debe recuperar su tinte socialdemócrata y dejar de avergonzarse por los éxitos que logró estas tres últimas décadas. Y la derecha también debe moverse más al centro.

—¿Y el Frente Amplio, que tiene apetito de gobernar…?
—El Frente Amplio es demasiado amplio y demasiado infatuado por el éxito, nada espectacular por lo demás, que alcanzó en las últimas elecciones. Un Frente que va del liberalismo a la izquierda más extrema no es un frente, es un conjunto de esquinas heterogéneas a las que es difícil augurar un proyecto político compartido.

—La derecha mira entusiasta cómo Joaquín Lavín sube en las encuestas, ¿cree que es una figura indicada para conducir al Chile que viene?
—Bueno, Lavín es camaleónico, uno de esos personajes que son más fieles a su tiempo que a su padre, que fue, no lo olvidemos, Pinochet. Tiene la rara capacidad —que en un político es una virtud— de camuflarse con los tiempos y los humores de la época: fue gallo de pelea, un adelantado en admitir la tolerancia sexual, opus, bacheletista, conductor de matinal, etcétera. Lavín no es en realidad nada en particular, es un hombre sin atributos, o mejor aún, un personaje cuyo guion lo da la época: es el secreto de su éxito y la fuente de sus defectos. La política es tan veleidosa que confío que salga alguien de la izquierda socialdemócrata que le pueda hacer frente, aunque parece no haber nadie.

—¿Es un querer emocional o racional?
—Es racional, la izquierda va a despertar del sueño de estos años para volver a lo que fue, una izquierda socialdemócrata, modernizadora, eficiente. Es su único destino.

—¿Qué líderes ve en esa sintonía?
—A ninguno, el gran drama de la izquierda socialdemócrata es que no tiene liderazgo ni intelectuales de peso.

—¿Y Carlos Peña?
—Soy un modesto columnista, no tengo ese interés. Ni milito en partido político ni voy a misa, esa es mi divisa.


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