Un sueño hecho a
mano
Tras la cálida
bienvenida brindada a los protagonistas, el estadio se queda inexplicablemente
frío tras el pitazo inicial. La hora de la verdad ha llegado, o tal vez de las
verdades, pues en Santiago está jugándose la vida otro de los candidatos.
Tal vez por eso, y
porque habitamos un mundo intercomunicado, el primer gol de Católica en San
Carlos cae como una lenta losa sobre el ánimo de los hinchas cobresalinos. Se
diría que el silencio procedente de la galería se puede escuchar incluso en la
cancha. La pelota resuena, con sordo eco, en cada rincón del coliseo. El
desánimo también se contagia, y las noticias del segundo tanto cruzado terminan
por sumir a los aficionados del conjunto minero en un mutismo casi sepulcral.
Lo peor, sin embargo, aún está por llegar. Y es que en la primera aproximación
con peligro de la escuadra huaicochera, Santander anota el 0-1 para el cuadro
de la visita.
Es entonces, con su
equipo perdiendo, cuando se produce la transformación, la resurrección de la
hinchada minera. Hacía falta, quizás, saberse derrotados, abandonar
provisoriamente la punta del torneo, para que llegase la reacción, la respuesta
de un pueblo más acostumbrado que ningún otro a levantarse del polvo, a
resurgir de las cenizas.
Con sus fieles
entregados, el plantel responde. El gol de Escalona, anulado, no sube al
marcador, pero sí el de Ever Cantero. El testarazo picado del paraguayo
traslada el delirio a la grada, que celebra al borde del llanto. El remate,
preciso, es del atacante, pero también de la gente de Tierra Amarilla y
Chañaral, de Copiapó, El Salado y Diego de Almagro.
Lloran los bebés,
asustados por el estruendo en el festejo popular de Cobresal, pero también
algunos padres, llenos de felicidad y de vértigo. El título vuelve a acercarse
a El Salvador.
Pero la alegría
dura poco y a los 33, Joaquín Moya vuelve a dejar helado el desierto con un
nuevo tanto. Así se alcanza el entretiempo. El Cobre recupera el aliento, y
vuelven a dibujarse las sonrisas en los rostros de los esforzados hinchas
locales. Uno de ellos, ataviado con una camiseta con una estrella bordada en el
centro y una leyenda que reza “Cobresal, campeón 2015”, es mirado con recelo
por sus homólogos. La tarde no ha empezado según lo previsto.
“Aplauso para la
región de atacama, para aquellos que lo perdieron todo por las inclemencias
meteorológicas, pero que tienen un corazón de cobre y sal, y que siguen
luchando. Un fuerte aplauso para ellos, por favor”, exclaman por megafonía, y
el auditorio corresponde con una ovación emotiva y sonora.
En el complemento,
todo cambia, tal vez porque las palabras pronunciadas por los parlantes han
mudado el ánimo de la hinchada; tal vez porque en las dos capitales del fútbol
chileno, Santiago y El Salvador, llegan noticias que favorecen a Cobresal. Dos
tempraneros goles de los vecinos del Norte Grande, Deportes Iquique, en la
Precordillera, y el empate de Paco Sánchez para los albinaranjas ponen patas
arriba el campamento minero.
Pendientes de
audífonos
La hinchada, más
pendiente por momentos de los audífonos que de lo que sucede sobre el césped,
cede a un éxtasis colectivo en cuestión de instantes cuando Católica dilapida
su ventaja de tres goles.
El Cobre es ahora
un clamor porque los asistentes al espectáculo comprenden que en el fútbol,
como en la vida, todo es posible. “¡Se le fue! ¡Se le fue!”, exclaman de pronto
algunos incondicionales sentados en la última fila, y El Salvador hace que la
voz se propague a lo largo y ancho del estadio. Se refieren al penal malogrado
por Católica en San Carlos, que precede a la señalización de una nueva pena
máxima, esta vez en Atacama.
Los hinchas se dan
la vuelta, no quieren verlo, pero Donoso convierte y el gol es tan importante
que se refleja en las pupilas de todos y cada uno de los demás asistentes. Es
un gol de todos y para todos.
Con los cascos
levantados al aire en señal de victoria, celebran los mineros el trabajo
cumplido, la gesta lograda. Hay rumores que matan, y la falsa alarma de un
cuarto gol de Iquique hace pasar a los hinchas de la sonrisa y a la
preocupación en cuestión de segundos. Pero que el marcador no se mueve también
sirve a los salvadoreños.
El impasible Dalcio
Giovagnoli pierde los nervios e ingresa en la cancha para abroncar a uno de sus
jugadores. La tensión casi puede cortarse con cuchillo, pero los seguidores de
Cobresal ya no son los mismos que se marcharon cabizbajos al entretiempo. La
gente está ahora desatada, levitando casi sobre los cerros que sirven como
telón de fondo.
Al pitazo final le
sigue una invasión de cancha, y a ésta una invasión mucho mayor, la de Cobresal
en la historia del fútbol chileno y en los corazones de los hinchas de todo el
país. La gente llora, pero esta vez de emoción, en la Tercera Región chilena.
“El sueño se hace a
mano y sin permiso”, reza un gran lienzo situado en uno de los sectores del
estadio. Así construyó el suyo Cobresal. Y terminó cumpliéndose.
Denís Fernández /
27/04/2015