La vida en comunidad tiene una directa incidencia en la vida social, en la construcción del ser humano. En la misma medida en que nos despreocupamos o no valoramos la vida en comunidad vamos perdiendo la posibilidad única de crecer en nuestra condición humana.
Vivimos en un mundo mediatizado por el éxito, por la tenencia urgente de “cosas”, estamos permanentemente motivados, azuzados a la compra, a la acumulación y nos han promovido el éxito personal como el resultado de la meritocracia. En la aceptación del discurso mercantilista y bien diseñado de un mundo en donde las relaciones se dan en el libre mercado, en donde la economía neoliberal establece las relaciones humanas, entonces estamos en un proceso de descomposición social que se evidencia por todos lados.
La pérdida del valor de la vida humana, la nula aceptación del otro como legítimo, la exacerbación del éxito económico por sobre el crecimiento intelectual, lo vemos a diario, en todos lados, en los matinales, en los noticieros, programas de televisión. Nunca la ignorancia ocupó tanto lugar de privilegio como ahora. Nunca los ignorantes se mostraban tan orgullosos de su ignorancia. Estamos viviendo un proceso de descomposición evidenciado a diario y es tan brutal el golpe de lo que estamos viviendo que vivimos con una sensación de nock out permanente.
Tal parece que la desesperanza se ha instalado como una reacción normalizada. Vamos caminando en un rumbo distinto a nuestro origen humano y es tan brutal la propaganda y el control mediático que nos controla principalmente por el miedo, que hacemos poco o nada para provocar una reacción distinta.
Vengo de días infantiles comunitarios, en donde el valor y el respeto por el otro era fundamental en nuestras relaciones humanas. Vengo de haberme formado en comunidad, en donde el éxito de mis vecinos lo sentía como propio. Vengo de espacios comunitarios en donde el bien y el mal estaban definidos sin ambigüedades. No voy a dejar de creer que ese mundo que viví aún es posible y que serán mis nietos quienes podrán volver a vivirlo. Ahora solo nos queda ponernos de acuerdo en no seguir perdiendo nuestra condición de humanidad y volver a poner en valor el sentido de lo humano. Al menos así lo pienso yo.
Luis Kako Navarrete
Consejero regional de Culturas - Ñuble